Muy buenas tardes a todos, mis estimados lectores. Lo primero pedir disculpas por no actualizar con más frecuencia el blog. El motivo es que estoy con exámenes globales y no tengo mucho tiempo para encender el ordenador.
Hoy, os traigo un relato que escribí hace mucho tiempo, ya os aviso de antemano que tiene toques del maestro Valle-Inclán, dejándonos un sabor agridulce. Espero que os guste.
ERRORES MORTALES
¿Quién no comete un error y sale ileso de éste?
¿Cuántas personas están amenazadas de muerte por un error? ¿Cuánto tiempo consiguen
sobrevivir?
A estas preguntas buscaba una
respuesta, precavido y con los cinco sentidos mientras me dirigía a la salida
del cementerio a la hora del crepúsculo.
Últimamente, iba allí para
desahogarme junto a la tumba de mi esposa y de mi hijo… El próximo sería yo.
Todo ocurrió tras la muerte de mi hijo de diez años,
Alonso, que fue secuestrado y usado para experimentos por científicos de una
organización nazi. Como venganza y pese a la oposición de mi amada esposa,
decidí infiltrarme como “topo” para desmantelar esa banda. Vi todo tipo de
torturas, experimentos con todo tipo de seres,
hasta que un desafortunado día llegó.
Estábamos en la sala de experimentos, y aquel día
tocaba comprobar una hipótesis de dos médicos nazis: querían comprobar el
efecto de la morfina en niños de diez años, mientras una máquina les desgarraba
la piel poco a poco. Ver como aquellos niños gritaban y se estremecían de
dolor, mientras aquellos malditos médicos tomaban un café, fue superior a mis
fuerzas.
Mi mente empezaba a mandarme imágenes de Alonso, en
lugar de a ese niño, y la ira y el dolor nublaron mis pensamientos. Solo actué.
En menos de un suspiro, embestí a los dos doctores contra el cristal, le
propiné un puñetazo en la nariz al guardia, y acto seguido le hice una llave
mortal. Sin pararme a pensar, apagué la máquina rápidamente y llamé a la
patrulla del FBI que siempre me seguía camuflada. Cogí a los dos pequeños y
corrí aun más de lo que mis piernas me permitían, y conseguí salir de aquel
antro.
Pensé que todo se había acabado, que no volvería a
saber nada de esa desalmada organización, pero me equivocaba.
Empezaron a mandarme anónimos y llamadas amenazándome.
No le di mucha importancia, ya que un agente secreto del FBI como yo, tiene que
aprender a vivir con miedo.
Pero, un día, recibí una llamada del FBI, diciéndome
que mi esposa había sido disparada a bocajarro, cuando fue a llevarle flores a
nuestro hijo. Así murió, despedida en el suelo y pisoteada por aquellos mal
nacidos.
Desde entonces, no me importa nada. Me es indiferente
si vivo o si muero, si me olvidan o si me torturan. No tengo nada más que
perder.
Seguía caminando, justo por
el lugar donde mi esposa fue asesinada. Con dolor, toqué la ardua superficie de
mármol, aún con manchas de sangre.
Sacándome de mis
pensamientos, un disparo seco hizo estallar en mil pedazos un farol de la
salida del cementerio, y al alzar rápidamente la vista, otro disparo estalló el
último farol que iluminaba el lugar.
Bajo la luz de una luna
menguante, oía pasos, risas, el sonido del cargador de un revolver… En ese
momento, Nikio Ritther, el líder de la banda nazi, encendió un mechero y me
dijo:
-
¡Espero que te
hayas enterado de lo que ocurre cuando te metes con nosotros, bastardo!
Sin darme tiempo a responder,
alguien me arrojó un balde, con lo que al tacto parecía agua, pero tras olerlo,
me percaté de que era gasolina.
Es el fin,
me decía en mi mente, pero tampoco tengo ganas de combatir, ni de hacer nada.
-Púdrete en el infierno.
Fue la última frase que oí
antes de que un fuego abrasador producido por un mechero se extendiera dolorosa
y cruelmente por cada célula de mi cuerpo.
Poco a poco dejé de gritar
para no darles la satisfacción de reírse más de lo que ya lo habían echo. Entonces,
dejé de convulsionarme, y la última imagen que vi, fue la de diez nazis
saliendo del cementerio.
Un abrazo cibernético y muchas gracias por leerme.
Roseh_Gium